La Alfarería en la historia de Pereruela
© Texto y fotografías Ramón M. Carnero
Colorao y blanco
El barro rojizo que se extiende por el este del término de Pereruela y rodea parte del casco urbano, y el barro blanco de Las Barreras, manipulados por los naturales desde tiempos remotos, tras pasar por el fuego, se han convertido en un sello que identifica desde hace siglos a esta localidad zamorana más allá de la geografía provincial, regional y nacional, como “el pueblo de los cacharros”.
Un entorno privilegiado
Pereruela está situada a 15 kilómetros al suroeste de la ciudad de Zamora, capital de la provincia del mismo nombre; distancia que la sitúa en la comarca natural de Sayago que se encuentra encerrada entre los agrestes e inhóspitos parajes de las Arribes del río Duero que la separan por el norte de La Tierra de Aliste y por el oeste de Portugal, y el río Tormes que por el sur lo hace de la tierra salmantina. Al este está la Tierra del Vino.
El mismo río Duero con sus impresionantes moles rocosas y pronunciadas laderas, a las que los perigüelanos llaman "Arribas" y “Arribanzos”, ponen límite por el norte al término municipal. En estos parajes se encuentran vestigios de un antiguo asentamiento humano conocido como Los Castillos.
Por el este y el sur las tierras arcillosas de color rojizo forman el límite geográfico con La Tierra del Vino. En esta zona destaca con su forma de parva el legendario cerro Trasdespadas con 794 metros.
Al oeste, poblado de monte de encinas, empieza el manchón granítico del sur del Duero, siendo su punto más elevado el mítico teso de Bárate o Viriato con sus 799 metros, en cuya cima hay vestigios de construcciones que algunos remontan al neolítico. A lo largo de esta demarcación corre un arroyo de invierno llamado La Ribera (en los mapas figura como Ribera de Sobradillo), que ha creado a lo largo del tiempo rincones de singular belleza.
Nada más dejar atrás el término de Sobradillo de Palomares se encuentra el paraje más sorprendente y emblemático para los naturales, Los Hociles, donde un impresionante derrumbamiento rocoso oculta el lecho de La Ribera a lo largo de 200 metros formando galerías y oquedades por las que corre el agua. Algunas, por sus características, el pueblo las ha mitificado, como a La Chimenea del Diablo y La Sala del Tesoro o de los Asientos.
Otro espacio llamativo, aunque poco conocido por lo abrupto del terreno, es el tramo final que lleva a las aguas a precipitarse por una escarpada pendiente, de características similares a Los Hociles, para descender hasta el río Duero.
La Ribera, testigo mudo de la presencia humana en sus orillas desde la remota antigüedad, con la fuerza de sus aguas perpetuó la tradición milenaria de la molienda de los pequeños molinos naviformes o de vaivén de Los Hociles, y circulares de Los Casales y los Castillos, moviendo las piedras de seis molinos de los que aún quedan restos en Los Hociles, Las Iglesias, el Arroñao, el del Tío León, el de Las Urrietas, y el del Cuerno la Viñuela, algunos de ellos en funcionamiento todavía a lo largo del siglo XIX.
Lo mismo sucedió con las aguas del Duero que movieron tres aceñas: La del Peñón o del Pizarro, la Quemada y la del Señor Rufino. La primera y la tercera adquirieron el aspecto actual a comienzos de los años ochenta del siglo XIX. Y en la primera década del siglo XX fueron convertidas en centrales productoras de energía eléctrica. Hoy están medio derruidas y parte de ellas cubiertas por las aguas del salto de Villalcampo.
Por último, desde comienzos de la segunda década del siglo XX, hasta los años sesenta, el Señor Rufino y sus hijos continuaron con la tradición harinera junto a la carretera de Zamora-Fermoselle a cinco kilómetros al oeste de Pereruela, en el popularmente conocido "Molino Bárate", en las inmediaciones del teso del mismo nombre.
Este molino fue la primera fábrica de harina movida por energía eléctrica –producida por la aceña- de la provincia de Zamora. Además, era un centro de distribución eléctrica para los pueblos de su entorno. Aunque inactivo desde hace décadas, ha llegado a nuestros días al ser convertido en casa rural-museo1.
Antes de la construcción de la red de abastecimiento de agua potable que se elevaba desde el Duero, el vecindario se surtía de agua principalmente de la fuente de La Morana, un kilómetro al norte del pueblo. En la misma dirección y algo más alejada está la de La Jondavín. Y hacia el oeste, como a un kilómetro en dirección a Las Urrietas, la de Las Gallegas.
Otras piedras, las de los humildes hogares, recogen noticias vagas y sugerentes al indicarnos el nombre de algunas calles cargadas de tipismo y tradición, de momentos concretos que han llegado a nuestros días a través de manifestaciones callejeras ancestrales como la vaca Antrueja o de Carnaval, mascarada que se celebra el domingo de carnaval; y expresiones de religiosidad encabezadas por la hermosa cruz parroquial seguida de la gente que acompaña al Nazareno, al Santo Cristo del Amparo, a La Soledad, a Santa Eufemia, a la Virgen del Rosario en la fiesta de las Candelas cuando se celebran las venias y las ofrendas y el segundo domingo de octubre día del Ofertorio, con el tradicional ramo y las ofrendas del pueblo que serán subastadas pieza a pieza, para cerrar las celebraciones marianas del año con la “carrera de la rosca”...
La tradición oral se aproxima a la historia con el héroe por excelencia del pueblo sayagués, Viriato, al que le da cuna y casa en la localidad, también sayaguesa, de Torrefrades; y como cuartel general el teso de Bárate, desde donde extendió sus dominios a través de leyendas como la de la Peña de La Palla, la peña del Cuarterón y la del Teso de las Espadas, tres Espadas o Trasdespadas, todo en Pereruela. Y alcanza su máximo esplendor con los relatos épico-románticos sobre El Buen Mozo2, hijo del pueblo, bandolero él, que marcó toda una época en la segunda mitad del siglo XIX.
Pereruela esta rodeado por los términos de los pueblos de San Román de los Infantes al norte, Tardobispo y la Pueblica al este, Las Enillas, La Tuda y Sobradillo al sur, y Malillos y Arcillo al oeste. Exceptuando Tardobispo, los demás forman parte del municipio perigüelano.
Los barros de Pereruela entran en la historia
La historia de Pereruela3 se empezó a escribir en piedra y arcilla, los dos elementos más abundantes en su término, hace cinco o seis mil años, tal vez más. Pero los testimonios más antiguos no se han encontrado en el pueblo actual, a pesar de estar junto al caolín y rodeado de las tierras bermejas de las que siempre han dependido sus vecinos para la agricultura y la alfarería, sino en Los Hociles; en cuyos altos vivieron los primitivos lugareños los primeros tres o cuatro mil años.
Los habitantes de Los Hociles dejaron como testimonio de su permanencia en el lugar, una variada muestra de utensilios cotidianos de piedra: microlitos, puntas de flecha, hachas, restos de tallas, elementos de hoz, azuelas, molino naviforme o de vaivén, y una variada muestra de fragmentos de recipientes de barro hechos sin “rueda” –como llaman los naturales al torno bajo lento-. Este material nos informa al mismo tiempo de producción propia y de contactos e intercambios de técnicas de fabricación y posiblemente de herramientas y cerámica con otras comunidades o asentamientos, no sólo de la zona, también de las montañas del norte zamorano y alguna de territorio portugués. Aunque la época más floreciente de la cerámica, por la abundancia de material, corresponde a la Edad del Hierro; último milenio en que los hombres vivieron en el lugar.
Otro lugar de La Ribera, margen derecha a escasos metros aguas abajo de la carretera Zamora-Fermoselle mirando al Teso de Bárate, son Los Casales, nombre que se hace derivar de la existencia de casas, de vivienda. Aunque pudiera tratarse de un poblado en algún momento contemporáneo al de Los Hociles, la cerámica señala con más precisión el final del Imperio Romano, con la presencia de sigillata4 gris y la Edad Media. En cuanto al teso de Bárate y Los Castillos, la cerámica indica un período de habitabilidad tardorromana.
Las cerámicas especializadas, por su forma y/o decoración, apenas representan un porcentaje insignificante respecto a la común o de línea tradicional que ha llegado hasta nuestros días.
Nacimiento del pueblo actual
La entrada en la historia del actual pueblo de Pereruela junto a las tierras de arcilla roja y el caolín, tuvo lugar en época romana hace unos dos mil años. Y sus primeras manifestaciones alfareras se encuentran entorno al siglo I d. C.
El material cerámico sacado a la luz de zanjas hechas para colocar tuberías de agua potable y cimentación del frontón o pabellón deportivo, estarían señalando el nacimiento del pueblo en torno a una pequeña fortificación romana o "turris", de donde derivaría el nombre de Cortina de las Torres, como se conoce el lugar por la cortina o finca de labor cercada con piedras que hubo hasta los años sesenta del siglo XX. Es el punto más alto del pueblo, desde el que la vista abarca una impresionante extensión de terreno. Las turris o torres romanas eran centros de control y policía a lo largo de rutas estratégicas y nudos de comunicación y vados de ríos. Eso era Pereruela en tiempos de Roma: un cruce de calzadas cerca de un río. En el propio casco urbano confluían la Mirandesa –Zamora Miranda do Douro (Portugal)-, la de Sayago que salía del pueblo por el camino Ancho hasta Fermoselle, y la de Zamora-Carbellino, donde cruzaba el río Tormes, que pasaba por la falda sur del teso Trasdespadas.
Testigos aún vivos de aquel pasado son los puentes que se conservan. En la primera, yendo desde Zamora, en la ribera del Campeán, antes de llegar a Pereruela, aguas arriba de la carretera Zamora-Fermoselle, el deteriorado puente de Judiez. Una vez dejado atrás el pueblo, a un kilómetro, en la margen izquierda, el descansadero de la fuente de Las Gallegas; y en La Ribera el puente de Las Urrietas y restos del enlosado de la vía. En la de Sayago a penas nos han llegado restos del puente Quebrada, también en La Ribera, que pasaba junto al poblado de Los Casales y la falda sur del teso de Bárate. Este puente era igual al de Las Urrietas, pero con alcantarillas de aliviadero. En la tercera queda el puente Potato, en la ribera de Campeán, aguas arriba del puente de Judiez, junto al pueblo Pueblica de Campeán, creado en la antigua dehesa de San Pedro del Rocío de Campeán en el siglo XX, con gentes desalojadas por el embalse de Ricobayo.
La alfarería en la época romana
Del período romano, a lo largo de unos quinientos o seiscientos años, y gracias al uso de la “rueda”, nos han llegado buenas muestras de alfarería tradicional o loza de cocina. También hay materiales de construcción: tégulas (tejas planas), imbrices (tejas curvas) y láteres (baldosas), realizados con los mismos barros. Igualmente aparecen en pequeña proporción tégulas de pasta roja muy compactas y excelente cocción; posiblemente traídas de fuera.
En ese tiempo no falta, junto a la alfarería propia, la cerámica característica de todo el Imperio romano, la “terra sigillata” decorada en relieve, estampillada, incisa, bruñida y lisa. Así como algunas muestras de sigillata gris lista y estampillada de Los Casales.
La Edad Media
A la Pereruela romana y su influencia posterior, le sigue un largo período de unos mil años, la Edad Media, de la que nos hablan la necrópolis romano-medieval que se encuentra donde el “frontón”, las tierras que se excavaron para hacer el nuevo edificio del ayuntamiento, y las tierras de labor que se encuentran lindando con el casco urbano por el oeste, que van desde las que rodean al viejo cuartel de la guardía civil reconvertido en inoperante museo de alfarería, en la margen izquierda de la calzada de Sayago, hasta las tierras que hay entre esta calzada y la Mirandesa.
Las cerámicas de esta amplia zona, además del período romano, nos hablan de alfarería medieval de influencia norteña peninsular, que desaparece con el alejamiento de las fronteras entre árabes y cristianos al sur del Duero, momento que coincide con la caída en desuso de la necrópolis y, casi seguro, la desaparición de algún primitivo templo junto a ella, y la construcción de la iglesia actual que aún conserva restos de su primitiva fábrica románica. Las sucesivas obras en el templo, que culminaron en 1800 con el alargamiento de la nave principal hasta la torre que estaba separada, y los escudos de armas que conserva de los primeros señores del lugar, Los Pereruela, y los posteriores Docampo-Sotomayor, cuyos tres apellidos por este mismo orden recoge Francisco Docampo en su testamento5 fechado en 1668 al hablar de la línea sucesoria, escriben otro capítulo importante de la historia de la localidad.
El valor de los barros
El prestigio de la alfarería perigüelana viene de antiguo gracias a las cualidades refractarias de sus barros que la hacen única para el fuego. Dada la calidad de los materiales, desconocemos si en el mundo antiguo y en el romano estaban sujetos a algún tipo de pago o impuesto. Pero sí sabemos cómo lo estaban en la Edad Media, y que eran codiciados por el alto valor que tenían, como demuestra la venta en 1429 de una pequeña heredad, 7/16 parte de un cuarto, de Juana López, que la había heredado de su padre Lope Fernández, ya que al morir aquella, esa parte fue reclamada por su madre Mencia Díez, monja en las Dueña de Cabañales desde que quedara viuda, alegando que su hija no podía dejar por heredero a su marido Alfonso Martín en perjuicio de ella. Después de una serie de vicisitudes y la intervención de la priora del monasterio, Alfonso Martín accedió a la venta, siendo adquirida "la parte " por “los señores Dean e Cabildo de la dicha Iglesia Catedral (de Zamora)”, por 5.000 maravedís6. Eran, por tanto, los barros perigüelanos, fuente de conflictos, ya que los derechos estaban muy repartidos.
La extracción del caolín, aunque estuviera igualmente sujeto a pago, no parece que haya presentado tantos problemas, al menos durante buena parte del siglo XIX y el XX al haber una barrera comunal, además del particular, en la zona de Las Barreras.
No sucede lo mismo con el bermejo o colorao, ya que se suele decir y escribir que “era rapiñado a escondidas”7, porque había alfareros que no tenían tierras arcillosas, o de ningún otro tipo. Sin embargo no es así, como podemos comprobar por el pleito que le pone el Cabildo al Concejo de Pereruela “sobre la rrazón del cavar e arrendar del barro del dicho lugar de Pereruela e de su término e del señorío e servidumbre”8. El asunto se zanjó el 7 de enero de 1410 con un convenio entre las dos partes, gracias al cual conocemos muchos datos.
El barro estaba dividido en dos clases: de calongía, o del Cabildo, y de caballería, de caballeros, o sea de la nobleza y clases dominantes. El derecho de explotación de cada uno de ellos, a su vez se divide en cuatro partes o cuartos. El primero pertenecía en su totalidad al Cabildo. Y el segundo repartido entre los herederos del barro y algunas instituciones eclesiásticas.
El barro se explotaba anualmente por cuartos, un año cada uno. Si una persona tenía tierras de labor en algún cuarto, no podía cavar ni arrendar el barro, ya que ese derecho era de los herederos, que cada primero de mayo se reunían en Pereruela para fijar el precio de los arrendamientos. Si algún alfarero trabajaba barro del año anterior podía ser multado por aquellos, ya que al terminar el año tenían que devolver el barro al cuarto de donde lo habían extraído, y tras pagar el nuevo arrendamiento lo extraían de cualquier parte, siempre que fuese de un cuarto en uso ese año. El único requisito era rellenar el hoyo ocasionado. Para este fin se utilizó y se sigue utilizando en exceso barro o tierra blanca que aparece en la superficie rojiza de la arcilla a modo de manchas que el paso del arado va difuminando lentamente. Esto se puede ver en las tierras que hay junto a la carretera (antes camino) de Pereruela a la Tuda antes de llegar al Teso Trasdespadas.
En 1751 los derechos -612 reales de bellón- estaban en un sola mano, la de “Melchor de Guadalfaxara, vecino y regidor de la ciudad de Zamora, sin saber porque motivo obra dicha cantidad”9.
Gracias a los mencionados documentos sabemos que, por lo menos, desde la Edad Media, hace unos seiscientos años, se hacían en Pereruela “ollas, cántaros, tinajas, e otros vasijas”; que documentos posteriores vallisoletanos y zamoranos ratifican, y añaden, además, cazuelas, hornillas o braseros y crisoles, a los que en 1751 suman también las botijas.
Alfarería de mujeres o de hombres
Desde nuestro punto de vista, creemos que se ha mitificado en exceso la atribución exclusiva de la hechura de esta alfarería a las mujeres, que algunos, incluso, se atreven a remontar hasta el neolítico. La realidad es otra como hemos dicho en infinidad de ocasiones.
Un estudio detallado del Castro de Ensenada (mediados del siglo XVIII) nos dice como vivían los perigüelanos hace trescientos años, pudiéndose hacer retrospectiva en el tiempo. La información que nos da de la distribución del terreno y en manos de quién estaba, así como de los oficios que ejercen los naturales, deja bien claro que de los 129 vecinos 65 se dedican a la alfarería; de estos 27 lo hacen en exclusividad, y el resto los nombra como alfareros-labradores; aunque de labradores sólo tienen el nombre, pues a penas si tenían terreno de labor, o ninguno. Por tanto, el labrantío sería un complemento bien en arrendamiento, en medianía o como colonos de propiedades eclesiásticas. No se puede entender, por consiguiente, que el hombre que se describe como alfarero, solamente se dedicara a cavar el barro o al acarreo de la leña, puesto que esta dedicación es de tiempo minoritario dentro del mundo alfarero. Tampoco se puede, para justificar la feminidad de la alfarería, alejar al hombre de la hechura de piezas convirtiéndolo sin más ni más en arriero; porque este oficio no aparece en dicho Catastro. Y no aparece porque no había suficientes caballerías para transportar la enorme producción de esos 65 vecinos. De todos los alfareros sólo hay tres o cuatro, que por el número de borricos que tiene, tres o cuatro, pueden transportar un buen número de piezas. El resto tiene uno, dos o ninguno. Todo lo contrario que sucedía en, el también pueblo alfarero, Muelas del Pan, al norte del río Duero, casi frente a Pereruela, donde si aparece la arriería.
Respeto a si la rueda –torno bajo- es así porque la usan las mujeres10, nada más lejos de la realidad, pues encontramos hombres sentados al torno bajo en diferentes lugares de la geografía peninsular: Asturias, Palencia, Portugal… Y mujeres cavando el barro en Portugal11 lo mismo que las de Pereruela, aunque este trabajo se lo quieran atribuir, en este caso sí, en exclusividad a los hombres. La estampa de mujeres alfareras cargando el cesto y la azuela a la espalda, después de estar todo el día frente a la rueda, y marchando por los caminos hacia Las barreras a por el barro blanco, o a por bermejo al camino de Zamora o al de La Tuda, llegó hasta los años 70 del siglo XX. Se puede argumentar que eran viudas, las había, pero otras no lo eran y la ocupación del marido las obligaba a cavar y cargar el cesto.
La arriería deja en manos de las mujeres la producción
Conviene, por tanto, que el estudio de la alfarería perigüelana esté exento de tópicos y de tabúes que pretenden mantener a los hombres y mujeres en departamentos estancos separados para que no se contaminen, como único medio o método para seguir defendiendo a ultranza el feminismo exclusivistas de esta alfarería.
Sin lugar a dudas, creemos que para su entendimiento y comprensión, es necesario entender y conocer el fenómeno de la arriería nativa ejercida por los propios perigüelanos12.
El estudio que hicimos del Catastro de Ensenada en la primera mitad de los años ochenta del siglo XX, y, también por aquel entonces, la confección de un callejero del pueblo, nos aclararon el panorama.
Desde entonces hemos mantenido que la arriería perigüelana tenía un origen maragato. Y que, si el mencionado Catastro no la menciona, surgió en la segunda mitad del siglo XVIII. Y tal y como se conoció en todo su apogeo en buena parte del siglo XX, se debe a las rutas que ya andaban los propios perigüelanos a comienzos del XIX.
La explicación es tan fácil como sencilla. En Pereruela hay una serie de calles que forman casi un barrio que se llaman Maragatos. Están enclavadas en el trazado de entrada, llegando desde Zamora, de la calzada Mirandesa en el pueblo y hacia la iglesia. El nombre dice claramente su procedencia. Sin embargo no debemos pensar que estas calles recibieron su nombre porque en ellas vivieran maragatos. Pues lo mismo que estaba reglamentado en otras poblaciones desde la Edad Media –por ejemplo Medina del Campo-, para que cada gremio cuando acudía a las ferias se pusiera en determinadas calles, sucedió en Pereruela, pero en la segunda mitad del siglo XVIII; momento en que los margados acudirían a Pereruela y se ponían con sus productos en dichas calles y luego se llevarían alfarería del lugar.
Por otro lado, estudiando la ubicación de las viviendas y de las fincas urbanas de 1751 que registra el Catastro de Ensenada, no aparecen por ningún sitio calles que se llamen Maragatos. Ni siquiera había feria ni mercado. A todo esto hay que sumar que a los alfareros no les hacía falta salir a vender su producción.
Una escritura de compraventa de crisoles, fechada el 6 de enero de 1584 en Zamora, deja bien claro este tema: Sepan cuantos esta carta de obligación vieren como nos Bartolomé Blanco, vecino de Pereruela, como principal deudor e pagador e Andrés Martín, vecino de dicho lugar… Otorgamos e conocemos por esta presente carta que nos obligamos… de dar e pagar a Sor don Alonso del Castillo residente y vecino de la dicha ciudad de Zamora e Benardino de Zamora, vecino de la dicha ciudad… a saber trescientos reales por razón de que a vos abimos arrendado los crisoles que tenemos en este dicho lugar de Periruela por tiempo y espacio de tres años…”13
Esta misma práctica la encontramos realizada desde Valladolid capital a través de poderes notariales; como el que dio el 9 de febrero de 1639 el alcaller Pedro del Puerto a un escribano de Zamora para que en su lugar le comprara “cualquier género de labor de Perigüela y de lo que se fabrica en tierra de Zamora” y se lo remitiera a su casa de Valladolid.”14
El abastecimiento de alfarería perigüelana a la ciudad de Valladolid, ya aparee documentado en el siglo anterior como algo muy asentado, lo que lleva a suponer que dicho abastecimiento venía de tiempo atrás. Los inventarios, tanto de defunción, como de tasaciones de algunas tiendas, recogen el tipo de piezas de vajilla de barro, especificando claramente “de Pereruela”15, entre las que predominan las ollas.
Cabe suponer que lo mismo sucedería en capitales de provincia y núcleos de población grandes limítrofes a la provincia de Zamora, incluida la propia ciudad de Zamora.
Si además tenemos en cuenta que la alfarería era considerada un bien de primera necesidad, su producción y venta estaba asegurada. No era necesario, por tanto, echarse a los caminos. Buena garantía de lo dicho es que su venta estaba “regulada desde el ayuntamiento –volvemos a Valladolid- con el fin de evitar, en la medida de lo posible, abusos especulativos de los vendedores al por menor en momentos de crisis”. Hecho este que en 1555, ante el desabastecimiento, “desembocó en un desmesurado aumento de los precios y consecuentemente, en un grave perjuicio para el buen discurrir del centro urbano”. En momentos de carestía llegaron a cuadruplicarse los precios16.
La producción, por tanto, era comprada en origen. Es de suponer, por consiguiente, que el transporte era cosa del comprador. Entre esto y las ferias de Zamora, como la del Botiguero, y pueblos del entorno, eran más que suficientes para absorber la producción. No había, pues, actividad arriera de los naturales que los quitara de estar arrodillados a la rueda para la fabricación de piezas.
Gracias a la abundante documentación con nombres y apellidos de gentes del lugar a los que se registra con dicha actividad a lo largo de la segunda mitad de los años treinta y cuarenta del siglo XIX, sabemos que había cuando menos 59 alfareros. Que durante ese período muchos de ellos también ejercieron la arriería, y que algunos se dedicaban exclusivamente a ella, llegando a ejercerla entorno a los 80 hombres. Creemos que este número tan elevado de arrieros, tenía que tener tras de sí un número aún mayor de gentes dedicadas a la fabricación, mujeres, hermanas, hijas, y hombres ya en menor medida, pues algunos sólo figuran como alfareros. Es difícil calcular el número de personas que vivían entorno al barro. Pero sí es seguro que ese número nunca, ni antes ni después, a pesar del espectacular aumento de población que llegó a duplicarse en siglo y medio respecto a 1751, y de todos los avances que propiciaron su expansión exterior, fue alcanzado. La única explicación que encontramos a este fenómeno es el proceso desamortizador que dio comienzo en 1766, y pasó por distintos períodos (Godoy, Guerra de la Independencia, Mendizábal…), que dejó a muchos colonos sin su medio de subsistencia, la agricultura. De ahí que encontremos gentes oriundas de otros pueblos: Abelón, Cabañas, La Cernecina, Luelmo, Malillos, (estos de Sayago), Villalcampo…, incluso de Portugal: Cazarellos, Cerzio, Villachana, Friginosa…; que, por matrimonios o no, se establecen en Pereruela y viven del barro.
El territorio abarcado por estos alfareros-arrieros, no se ciñó sólo a Castilla y León. En el siglo XX recorrieron esta comunidad autónoma y provincias limítrofes de Galicia, (de Asturias no hay constancia), Cantabria hasta el mismo Santander, norte de Extremadura…
Es pues, en la segunda mitad del siglo XVIII, debido a la dedicación arriera de los alfareros, cuando la producción empieza a quedar en manos femeninas, que es como la encuentran a finales del siglo XVIII Larruga17, en la primera mitad del XIX Madoz18, en la segunda mitad Carabias19, a comienzos del XX Olmedo20, a mediados Cortes Vázquez21, y todos los investigadores posteriores.
La estampa de las mujeres haciendo cacharros, corroborado por la bibliografía deslumbró a los investigadores; que faltos de trabajo de archivo les llevó a acuñar él romántico término alfarería “exclusivamente femenina”. Termino que se vio reforzado por alfareras que ante la llegada del investigador y la cámara de fotografía, ejecutaban algunas faenas, por ejemplo colocar dentro del horno las piezas a cocer –echar la hornada-, al tiempo que ocultaban la hechura de algunas piezas que hacían hombres, porque no se consideraba un trabajo propio de su sexo; fenómeno este que también se dio en la alfarería Canaria22. Aún hoy día hay mujeres, alfareras o no, y hombres descendientes de familias alfareras que se empeñan en mantener tan obsoleta apreciación, frente a quienes, aún teniendo avanzada edad, ya no se ruborizan al reconocer la existencia de hombres alfareros dentro de la propia familia y fuera, lo mismo que los hay hoy día empujados por las circunstancias sociales.
Es casi seguro que ya a comienzos del siglo XIX los arrieros perigüelanos andaban por las provincias de León, Valladolid y Palencia. Por los lugares donde fallecieron algunos sabemos que esas rutas nunca se abandonaron. Es más, como veremos, se ampliaron espectacularmente.
Gracias esos acontecimientos luctuosos conocemos las rutas más importantes. Una, que se partía en dos, era la de León. Un ramal iba hacia la capital y Valencia de don Juan y Mansilla de las Mulas. La otra iba por la maragatería y el Bierzo, y terminaron llegando a Villablino en la Laciana. De estos caminos da fe el fallecimiento en el mes de julio de 1805 de Manuel Fadón en el mesón de Algadefe (León). Otra ruta era la de La Montaña –palentina- con dos ramales que se unían en Sahún. Uno iba por Toro, Villardefrades, Villabragima, Medina de Rioseco, Villalón… El otro por Villalpando, Villamayor de Campos… Desde Sahagún alcanzaban Saldaña, Guardo… y terminaba en Cervera de Pisuerga. Ruta que conocemos por la muerte en Villabragima (Valladolid) en noviembre de 1838 del “ollero” José Redondo, que ya tenía setenta años, en casa del posadero Francisco Ríos; al que acompañaba “su criado José Sastre”. La tercera era la de Cantabria por Valladolid y Palencia hasta Reinosa, alcanzando algunos Santander. Testimonio de esta ruta nos lo da el fallecimiento en enero de 1846 de Juan Vicente, de 30 años, que falleció en Monzón de Campos. Este arriero iba “con otros compañeros” 23. Y por último la del Esgueva hacia Burgos, ¿Soria? Manuel Álvarez, de 50 años, la marcó falleciendo en Renedo (de Esgueva) en abril de 1855. Además de algún otro arriero que la anduvo y llegó hasta Miranda de Ebro, que sepamos, otro Manuel Álvarez, descendiente del anterior, pero ya en pleno siglo XX, por esa misma ruta “llegó más arriba”. ¿Qué recorrido guarda esta frase? Es posible que nunca lo sepamos.
De los otros territorios que alcanzaron los arrieros, sólo sabemos del siglo XX por recuerdos familiares propios (mi abuelo materno fue arriero) y de otros vecinos, ya que hemos tenido la suerte de conocer y charlar con varios arrieros y con hijos de arrieros que conservan fresco en la memoria los recorridos de sus mayores. Por eso sabemos del norte de Extremadura y tierras intermedias de Salamanca, así como de las provincias gallegas de Luego y Orense… Seguro que fueron más tierras ya que los crisoles, además de llegar “al extranjero”, que sepamos, por lo menos en la primera mitad del siglo XIX, también fueron a la Fábrica Nacional de la Moneda en Madrid, a donde se llevaron con asnos, a Toledo, a Segovia, a los joyeros salmantinos de la sierra de Francia, y hasta Sevilla.
La arriería en un principio y durante un tiempo que no se puede precisar, se hacía con asnos. Aún recuerdan los más viejos del lugar contar a sus abuelos que “no se podía viajar muy lejos, porque con un par de burros o tres, mucha mercancía no se podía llevar. Además, en muchos lugares no había ni caminos y tenían que ir por senderos; y tanto rozar los “fardos” contra los árboles, se rompían las redes y se estropeaban muchos cacharos. Así que, si el viaje era largo, era porque se iba a un lugar concreto a llevarlos, no vendiéndolos de pueblo en pueblo”.
Cuando en 1864 Zamora quedó unida por ferrocarril con Medina del Campo, gracias a lo cual quedó vinculada “la producción agropecuaria de la cuenca del Duero, a través del puerto de Santander, a los restos coloniales de nuestro imperio indiano”24, los arrieros perigüelanos aprovecharon las ventajas que le ofrecía el tren para mover un volumen mayor de mercancías y extender la zona de distribución y venta; facturando a estaciones estratégicas y saliendo luego desde ellas con los burros cargados con fardos de pueblo en pueblo hasta que agotaban la mercancía; y se iban a la siguiente estación. El arriero Felipe Lorenzo (nacido en 1877) -recuerdan sus descendientes-, facturando a estaciones y luego saliendo con burros, llegó a Reinosa (Cantabria). Ruta que conservaron en la familia hasta la extinción del oficio.
Esta nueva movilidad y los beneficios económicos que reportaba, se tradujo en el último cuarto del siglo XIX y principios del XX, en que algunos arrieros compraron carros, con el adelanto que suponía llevar una mayor carga que permitía, a su vez, llegar a pueblos muchos más alejados de las estaciones de tren, de tal manera, que a mediados del siglo XX llegaron a recorrer, además de su provincia de origen Zamora, las de Salamanca, Segovia, Valladolid, Palencia, Burgos, Cantabria, León, Lugo, Orense, norte de Extremadura y Madrid, que nosotros sepamos. Ese período es el que realmente marca el inicio de las familias alfareras-labradoras, ya que los beneficios, entre otras cosas, los emplearon en comprar terreno cultivable. Es en ese momento cuando se puede empezar a hablar con propiedad de la alfarería como complemento a la agricultura.
Cochura
Por lo que respecta a la cochura, desde los tiempos más remotos, la encontramos en dos versiones: oxidante (que conserva el color de la pasta resultante de la mezcla de los diferentes barros y los engobes si los hay), que es la que ha llegado a nuestros días, y reductora (las piezas se vuelven negras) en menor proporción; técnica esta desconocida por los alfareros del siglo XX, que tampoco tienen recuerdo de que sus mayores, los que vivieron a caballo de dicho siglo y del anterior, la practicaran. También encontramos en la Edad Media, aunque en un porcentaje muy pequeño, cocción reductora y poscocción oxidante después de haber recibido algún tipo de engobe amarillento. Aunque en la Edad del Hierro aparece algún fragmento con esa doble cocción, puede achacarse a la entrada involuntaria de oxígeno en el último momento de la cochura, ya que no presenta la uniformidad que las medievales.
Aunque sí podemos hablar de talleres de cerámica común en la localidad, y de la fabricación de material de construcción en época romana; no podemos decir lo mismo de la "terra sigillata", ya que si para cocer la alfarería tradicional bastaba un hoyo en el suelo, en los que se coció desde los tiempos más remotos hasta los años treinta del siglo
XX, en que desde Valladolid se introdujo el horno bicameral, caído en desuso en las últimas décadas; para la cochura de la "terra sigilata" y algunas piezas medievales de gran calidad, era necesario un horno bicameral; que si bien era conocido desde época romana en la provincia de Zamora, como lo demuestran los yacimientos arqueológicos, queda por demostrar si se utilizó en Pereruela.
Alfarería de autor
Otro tema ignorado hasta la fecha se refiere a la Alfarería de autor25, ya que un buen número de vasijas de los siglos XIX y XX aparecen firmadas con trazos impresos hechos con la punta del jañadero (madera para alisar el barro) y con el cuero (para el acabado final) doblado.
Hasta la fecha hemos encontrado veinticinco diferentes, de las que hemos conseguido identificar sus nombres y apellidos a una docena. Desconocemos desde cuando se lleva a cabo esta práctica; ignorada por casi el cien por cien de los descendientes de alfareros y personas que conservan dichas piezas.
Conclusión
El estudio de los fragmentos de cerámica desde los tiempos más remotos hasta la actualidad, nos ofrecen una imagen clara acerca de lo que es la alfarería tradicional actual, de tal forma que, salvando las pocas imperfecciones que aparecen en los acabados finales de las cerámicas comunes del Hierro, si ponemos juntos restos de esa época, del período romano, del medieval y del actual, el profano en la materia no llega a distinguirlos, porque las mezclas de los diferentes bermejos que hay en el lugar con el caolín y con otros barros foráneos ya aparecen en el III milenio a. C., encontrándonos, como única aportación a su evolución, las ventajas que ofrece la “rueda” -torno bajo lento-, que da unos acabados más perfectos que en la cerámica de etapas anteriores donde es visible el alisado; sistema que sigue realizándose con el jañadero de madera en las distintas fases de la fabricación ya que el barro es de secado muy lento.
Por tanto, esta alfarería por su forma de realizarla, y viendo como aún se siguen fabricando los hornos en los que para nada se emplea la "rueda", se puede hacer perfectamente sin el torno, como en las primeras etapas de su historia, y como se hace la alfarería Canarias y en otros países26.
El prestigio alcanzado por la alfarería perigüelana, está avalado por el conocimiento y uso “hasta en el extranjero”27 ya a medidos del siglo XIX. Y se ve ratificado con su presencia en las exposiciones universales del siglo XIX, de Viena (1873) y París (1878) que nosotros sepamos, de la mano del perigüelano Lucas Porto Carnero28.
Bibliografía
1. La historia de las aceñas y el Molino Bárate se puede ver en Carnero, R. M., La vieja Molienda. Molinos, la otra faceta de Pereruela. La Opinión-El Correo de Zamora. 26-8-2001.
2. Carnero, R. M., El Buen Mozo, capitán de bandoleros. Biografía novelada. Zamora 2003.
3. La historia de este pueblo y su alfarería se puede ver ampliamente estudiada en Carnero, R. M., Historia de Pereruela de Sayago y su alfarería. Zamora 1998.
4. La sigillata gris la encontramos un tiempo después de publicado el libro anteriormente mencionado.
5. Archivo Histórico Provincial de Zamora. Sección Municipales. Expediente 20. Legajo VI.
6. Ramos Pérez, H., La cerámica popular de Zamora. Zamora 1976.
7. Cortés Vázquez, L., La alfarería de Pereruela. Zephyrus. Salamanca. Band. V. 1954.
8. Ferrero Ferrero, F. en La Gobierna, Nº especial, junio 1986. Zamora.
9. Archivo Histórico Provincial de Zamora. Sección Catastro de Ensenada. Sig. 207.
10. Piñel, C., Artesanía Tradicional de Sayago. Pág. 45 y sig. Proder-Sayago. 2000.
11. Fernández, I. M., X Congreso Anual de la Asociación de Ceramología. “La cerámica en el corredor del Duero”. Diciembre 2005.
12. El tema de la arriería se puede ver ampliamente estudiado en Carnero, R. M., Historia de la arriería perigüelana. Zamora 2000. Y los lugares que recorrieron, con sus tradiciones y leyendas, de la misma autoría, en El libro de los caminos de un maragato sayagués. Zamora 1997.
13. Archivo Histórico Provincial de Zamora. Sección Protocolos. Sig. 159.
14. Moratinos García, M.; Villanueva Zubizarreta, O., La alfarería en la tierra de Zamora en época moderna. La alfarería de Pereruela de Sayago. Pág. 39 y sig. Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. 2006
15. Ibidem.
16. Ibidem.
17. Ibidem.
18. Madoz, P., Diccionario geográfico estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar. Madrid 1849.
19. Gómez Carabias, F., Guía sinóptica de la diócesis de Zamora. Zamora 1884.
20. Olmedo Rodríguez, F., La provincia de Zamora. 1905.
21. Cortés Vázquez, L., o. c.
22. Seseña, N., Artes y tradiciones populares. Documental TVE.
23. Archivo Parroquial de Monzón de Campos. Palencia. Parroquia El Salvador. Libro 7º de difuntos. Y Archivo Histórico Diocesano de Zamora. Cód. 194-10. Folio 144vtº; correspondiente a la parroquia de Santa Eufemia de Pereruela.
24. Mateos Rodríguez, M., El despegue decisivo de la infraestructura de comunicaciones. En el libro Zamora. Edt. Mediterráneo. 1991.
25. Carnero, R. M., Alfarería de autor. La Opinión-El Correo de Zamora, 9-12-2008.
26. Rousel de Fontanes, M.; Fribourg, J., del Museo del Hombre de París. Pregón pronunciado en La Casa de la Cultura de Zamora, con motivo de la inauguración de la IV Feria de la Cerámica Popular de Zamora. 1976.
27. Madoz. O. c.
28. Carnero, R. M. Lucas Porto, el alfarero perigüelano que mostró la alfarería al mundo. La Opinión-El Correo de Zamora, 25-11-2007.
Otras publicaciones de Carnero sobre la alfarería.
Catalogo de la Alfarería de Pereruela de Sayago, 1986. Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, con el alfarero Víctor Redondo.
Sobre la controversia de los llamados alfares femeninos en la provincia de Zamora, ponencia en el X congreso anual de la Asociación de Ceramología, celebrado en Zamora del 3 al 6 de diciembre de 2005, con Julián Santos.
En La Opinión-El Correo de Zamora: Pereruela, cuna del barro, 24-10-2000; El patrimonio perigüelano se enriquece con el hallazgo de nuevas piezas únicas, 8-1-2007; El ceramista Luís Crespo conserva piezas de hace más de 70 años, 11-10-2007; El ocaso del barro, 25-10-2007.
Y los siguientes libros:
Pereruela de Sayago, la parroquia, la desamortización y los Docampo. Salamanca 1984.
Sayago… al otro lado de la leyenda, Zamora 1985.
La privatización de la tierra comunal en Almeida de Sayago durante el siglo XIX, Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, 1985.
La parroquia de San Juan Bautista de Almeida de Sayago. Zamora 1987.
La otra historia de Sayago –dos volúmenes-. Zamora 1988, 1991.
El baile de la bandera y otros bailes soslticiales en la provincia de Zamora. Zamora 1993.
Los tesoros del Lago de Sanabria, relato corto. Zamora 1995.
Viriato, el druida guerrero, novela. Zamora 1996.